Por Mtro. Alejandro Silva
A continuación comparto con ustedes el trabajo que tuve oportunidad de presentar en el VII Congreso de Psicoanálisis de la Sociedad de Psicoanálisis y Psicoterapia de la SPM que se llevó a cabo en la Ciudad de México el día 25 de octubre de 2014.
En 2013 el término “selfie” fue nombrado como la palabra del año por el Diccionario Oxford que la define como “Una fotografía que uno se toma a sí mismo, típicamente con un teléfono inteligente o una cámara web y se comparte a través de redes sociales”. El uso del término selfie se incrementó en un 17,000% del 2012 al 2013 y actualmente hay más de 183 millones de fotografías etiquetadas como selfie en Instagram. (Oxford Dictionaries Blog)
Es evidente el aumento exponencial en el uso y difusión de las selfies, sin duda la plataforma tecnológica que permite que estas fotografías sean tan sencillas de producir y difundir ha favorecido este fenómeno, sin embargo también es claro que si esta plataforma se ha creado y robustecido, ha sido para responder a un deseo por tomar y compartir imágenes de uno mismo en la red. ¿Qué motivación tenemos para ello?
Algo característico de las selfies es que el protagonista de la toma somos nosotros mismos, el entorno que nos rodea sirve de contexto. Somos nosotros mismos en una playa, presentando en un congreso, en el gimnasio, con alguna celebridad, cocinando, etc. Que las selfies se traten de nosotros mismos dice mucho sobre la motivación que subyace a este fenómeno, se le conoce como narcisismo a la investidura libidinal del yo.
Tomar y compartir una selfie es una manera de decir “este soy yo”, la imagen reflejada en la pantalla del celular sintetiza en una toma algo de nuestra identidad, a partir de dicha fotografía se puede decir algo acerca de nosotros. El reconocernos a nosotros mismos a través de una imagen unificadora es un logro fundamental del estadio del espejo puesto que abre la posibilidad al sujeto de tomar a su propio yo como objeto de amor.
Este proceso puede observarse entre los 6 y 18 meses de edad cuando el pequeño aún sumido en la impotencia propia de la inmadurez biológica con la que nace el humano asume con júbilo su imagen en el espejo que le refleja la forma total de su cuerpo, su yo. El júbilo con que se asume dicha imagen se debe al contraste de la experiencia fragmentada que el bebé vive de sí mismo antes de identificarse con la imagen armónica e integrada con que la es devuelto su reflejo.
En este orden de ideas, la consolidación del narcisismo es un logro fundamental para el equilibrio psíquico y marca un punto de inflexión respecto al caos y la fragmentación previos. Esta imagen del espejo se origina gracias a la mirada y al deseo del Otro, en este caso la madre. Nos identificamos a partir de lo que ella o quien ejerza su función refleja y reconoce de nosotros, con base en dicho reflejo comenzamos a definir lo que somos, generándose la matriz para futuras identificaciones. Nos conocemos a nosotros mismos a partir de otro.
Una carencia importante en el espejeo puede provocar una pobre integración de la identidad en un sujeto debido a la falta de investidura libidinal que facilite la integración del yo. La difusión compulsiva y masiva de selfies puede deberse a una falla en este proceso. En estos casos las selfies podrían tener la función de “adhesivo” libidinal y ser un intento para contrarrestar la angustiante sensación de fragmentación como la que acompaña al bebé cuando se vive presa indefensa frente a la pulsión de muerte, el caos antes del yo.
Si para ser y existir necesito la mirada de otros que libidinicen mi yo, quizá pueda conseguir la sensación de existencia y de ser visto invadiendo el espacio virtual con imágenes mías. De manera paradójica quizá lo que muestren sea justamente la fragmentación de su identidad a través de la multiplicidad de imágenes suyas en la red. La imposibilidad de organizar la propia experiencia de manera coherente y cohesiva puede señalar una falla básica la integración del sí mismo.
Quizá el aumento en el uso de las selfies también pueda deberse a la dificultad que actualmente experimentamos en nuestra sociedad para procesar e integrar tantos estímulos que recibimos del mundo externo. La imagen, y no la palabra, sería el nuevo organizador de la experiencia, en este sentido la selfie viene a sustituir a la conversación para expresar cómo la pasé en equis lado, perdiéndose mucho de la expresión e intercambio de los significados de la experiencia.
Por supuesto que no todo aquel que se toma y publica selfies sufre de una angustia de fragmentación y necesita encontrar miradas que le ayuden a integrar su yo. El hecho de compartir una selfie no dice mucho por sí mismo y sólo adquiere sentido en función de lo que signifique para la persona en el momento en que la comparte.
Partiendo de la premisa de que una selfie es una representación de nosotros mismos que se comparte con otros, pienso que debemos buscar su significación en el campo intersubjetivo. Por ejemplo, lo que una persona considera como un atributo de valor del sí mismo, dice mucho sobre cómo ha sido mirada esa persona por sus otros significativos y lo que en su reflejo ha reconocido como valioso de sí mismo, es decir que podemos observar cómo ha introyectado la relación con sus objetos idealizados en la manera en que se relaciona consigo mismo y con los otros que afirman o niegan su valoración narcisística.
Una de las motivaciones del sujeto puede ser la de encontrar su yo-ideal en la mirada de los demás, este es el deseo narcisista, que en esencia consiste en sentirse único, diferente y superior a todos los demás. Recordemos que la imagen unificada con la que nos identificamos en el estadio del espejo es eso, un espejismo de lo que quisiéramos ser, este Yo-Ideal siempre tendrá esa característica de ficción e ilusión pues es fundado en la relación entre la madre idealizada que a su vez idealiza a su bebé.
Una selfie en un restaurante nuevo y muy elegante puede adquirir significados distintos dependiendo de cada sujeto. Para unos el valor narcisista depende de que se les reconozca su capacidad económica para asistir a dicho lugar, habrá otros que se acerquen a su yo ideal sólo bajo la condición de que se les reconozca como gourmets por su buen gusto por la comida, o por conocer los lugares de vanguardia. Incluso habrá aquellos que se reconozcan valiosos si son representados como sociables al compartir el momento entre amigos.
En términos del deseo narcisista, el sujeto va a buscar recibir a través de la mirada de los otros el reflejo de la imagen que representa a su yo ideal. La herida narcisista es intolerable pues excluye al sujeto del deseo del otro. La lógica del Edipo responde al deseo de ocupar un lugar de privilegio para el otro, hay uno que elige y dos que pueden compararse.
Mientras el sujeto se encuentre en una lógica de exclusión, la rivalidad con el tercero por la preferencia del otro, da lugar al triunfo o a la derrota narcisista. O yo o el otro. Los atributos que posea determinado sujeto se representan como medios para alcanzar dicho deseo.
Quizá esto sirva para explicar por qué a pesar de que el ángulo en que se toman la selfies es tan desfavorable para la estética de la persona, hay quienes se empeñan tanto en salir perfectos en ellas, quitando la espontaneidad del momento que capta la esencia del instante fotografiado. Exijen para sí mismos un nivel de perfección que los coloque por encima de los demás, única garantía de ocupar un lugar para el otro. Exigencia que probablemente vivenciaron en la relación intersubjetiva con sus objetos, la demanda de perfección como condición para ser mirado y considerado por el otro.
Sólo más adelante en el desarrollo se incorpora a un tercero que también es deseado por el otro, el sujeto y los otros tienen funciones y ocupan posiciones frente a los demás: que la madre sea pareja sexual del padre, ya no excluye que el hijo varón pueda tener la suya. Los atributos propios son vividos como aspectos que enriquecen nuestra identidad, no como unidades a partir de las cuales se puede hacer un juicio totalizante acerca del sujeto.
El desarrollo de la identidad prosigue su camino a través de futuras identificaciones, la imagen con la cual buscamos identificarnos es aquella hacia la que se dirige el deseo del otro. Primero el yo-ideal del espejo, luego es el rival Edípico quien concentra el deseo del otro y con el que deseamos identificarnos, y así sucesivamente.
Finalmente somos lo que somos, seguimos anhelando fusionarnos con aquella imagen idealizada que creímos ser, sólo que ahora tenemos formas más complejas y maduras pues nos hemos inventado miles de actividades, de proyectos y de objetos a través de los cuales esperamos y a veces conseguimos recortar esa distancia, a nuestro favor digamos que somos el ideal que hace varios años anhelábamos ser y que ahora disfrutamos de muchas más cosas de las que antes podíamos disfrutar.
De vez en cuando surgen nuevos de atajos que creemos podemos tomar, las selfies pueden ser eso, pero también mucho más. Por lo pronto permítanme tomar una selfie.