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Psic. Alejandro Silva
Quienes me conocen saben que soy “muy pambolero”. De mi papá heredé la pasión irracional por los Rojinegros del Atlas, un equipo que no había sido campeón del torneo de fútbol mexicano desde 1951. Finalmente, el año pasado (2021) grité y lloré por verlos campeones por primera vez en 70 años, hazaña que repitieron este año volviéndose bicampeones y yo regresé a ser tan pambolero como en mi adolescencia.
Mi reciente retorno al consumo del mundo del fútbol también trajo consigo enterarme de las noticias sobre los escándalos de corrupción en la elección de Qatar como sede del Mundial, de la explotación laboral de trabajadores inmigrantes para la construcción de la infraestructura del evento, así como la evidente ausencia del respeto a los Derechos Humanos por parte del Estado quatarí, incluyendo sus leyes en contra de la población LGBTTTI+.
Para alguien como yo, que desde hace algunos años se identifica como integrante de la población LGBTTTI+, tal criminalización es inacaptable.
En Qatar hay penas de hasta 7 años de prisión por ser homosexual. También hay un esfuerzo por reprimir diferentes expresiones de la diversidad sexual como pueden ser las muestras de afecto en público e inclusive el portar una bandera arcoíris con penas de al menos un año de cárcel.
Human Rights Watch ha documentado las detenciones de personas LGBT en Qatar entre 2019 y 2022. Resalta que la razón de las detenciones estuvo ligada a la expresión de género de las personas, que en 6 de esos casos se reportaron golpizas a los detenidos, y que en 5 hubo acoso sexual por parte de las autoridades.
Khalid Salman, ex futbolista quatarí y embajador del Mundial en su país declaró a la prensa española que “ser gay es un daño mental”. Recalcó que todo el mundo es bienvenido en su país, “…pero tienen que aceptar nuestras normas.”
Dicho argumento parece gozar de muy buena aceptación por parte de un amplio grupo de personas que prefieren mantenerse “neutrales” al respecto. Usan la “tolerancia a las diferencias” como argumento para decir que no se debería tratar de imponer una “ideología” occidental en un país árabe que tiene su propia cultura, religión y costumbres. El argumento se resume básicamente a que, “si no estás de acuerdo, no asistas”. Como si eso concluyera cualquier otro tipo de discusión.
Por lo tanto, desde esa perspectiva de “neutralidad tolerante” se descalifica cualquier señalamiento contra la violencia que se ejerce contra la población LGBTTTI+. A cualquier crítica se la acusa de impositiva, de “verdaderamente intolerante” y se la toma como evidencia para sospechar del intento por imponer una ideología o agenda LGBT.
En su libro “En Defensa de la Intolerancia”, el filósofo esloveno Zlavoj Zizek argumenta acerca de la paradoja de la tolerancia. Zizek demuestra que toda postura ética es ideológica, por lo que no existe realmente una posición neutral. Ser radicalmente neutral, además de ser un absurdo, resultaría en alinearse con la ideología imperante.
Zizek sugiere una defensa de la intolerancia cuando esta apuesta por alinearse con ideales que buscan dar dignidad al Otro, es decir al diferente, al que existe aunque no tenga lugar en el sistema al que pertenece.
Siguiendo al Zizek, el riesgo de imponer “demasiado” de la visión eurocéntrica de los Derechos Humanos por encima de las costumbres árabes efectivamente puede ignorar el acomodo que ciertas “víctimas” locales (población LGBTTTI+ quatarí en este ejemplo) pueden encontrar en la práctica sociocultural que a nosotros nos parece bárbara. Claro que esta imposición violentaría la idiosincrasia local.
Sin embargo, hacer “demasiado poco” implica ignorar que el Otro puede estar dividido en cuanto a identificarse con sus costumbres locales, que puede querer alejarse de ellas y rebelarse. Entonces la idea eurocéntrica de la universalidad de los Derechos Humanos podría catalizar una verdadera protesta contra las imposiciones de su cultura y liberarlos del yugo de sus represores.
La cuestión pareciera reducirse a ser demasiado tolerantes con las injusticias culturales que afectan al Otro, o imponerle nuestros valores. Zizek responde a esta paradoja que la única comunicación auténtica entre estos choques culturales es la de “la solidaridad en la lucha común”, cuando descubro que el atolladero en el que estoy es también el atolladero en el que está el Otro.
Es decir, que mi entorno sociocultural también me lleva a sostener cierta ideología, costumbres y creencias que me son impuestas, que esa lucha común es la base y verdadera semejanza con el Otro pues también yo me encuentro dividido entre identificarme con esa ideología y sentirme oprimido por ella.
En esa lucha común, la más genuina respuesta es la de aliarse con los esfuerzos que buscan cuestionar las ideologías imperantes. Justamente contra aquellas que rechazan someterse a la crítica. Por ejemplo, la postura anti LGBT de un Estado que organizará un evento mundial y que durante un mes tendrá la atención del mundo sobre sí.
Lamentablemente hay múltiples temas contra los cuales protestar en Qatar: al rol de la mujer en el mundo árabe, la explotación laboral de inmigrantes, la imposición del poder económico que a través de la corrupción logró llevar este Mundial a Qatar, y por supuesto la criminalización de la diversidad sexual.
Ser “tibios” frente a las injusticias nos alía con las ideologías que las provocan y las sostienen. No hace falta señalar que en nuestro propio país, y quizá en nuestros propios entornos, existan violaciones a los Derechos Humanos, y una sistemática violencia contra grupos minoritarios. La reflexión sobre la paradoja de la tolerancia sirve para mucho más que tomar postura sobre un evento que se organiza a miles de kilómetros de México.
Para este asunto del Mundial en particular, me percato de la presión que existe por consumirlo. Desde las campañas comerciales de infinidad de marcas, hasta la socialización con grupos de amigos alrededor de juntarnos a ver los partidos. Esa presión que la ideología capitalista impone a quienes vivimos en occidente, nos oprime. Nos “fuerza” a disfrutar a través del consumo y que a veces resulta casi imperceptible por su eficiencia como ideología.
Algunos ejemplos simples se expresan en las ideas que tenemos sobre cómo vestir, en qué trabajar, cómo comportarse, qué desear, etc. Nuestro sometimiento puede ser diferenciado según nuestro sexo, nuestra identidad y orientación sexual, nuestra posición socioeconómica, etc., pero en cada caso existe una imposición ideológica que regula muchísimos aspectos de la vida de todos.
No disfrutar del Mundial, abstenerse de consumir tan exquisito producto cultural, muchas veces ni siquiera nos pasa por la cabeza, aunque no estemos de acuerdo con las condiciones en que de desarrolla. Es como si abriéramos la boca para consumir aquello que el sistema nos ofrece tras ser endulzado y presentado en empaques brillantes.
Por eso creo que, si no estás de acuerdo con las múltiples condiciones ofrecidas a las poblaciones minoritarias en Qatar, lo congruente sería no consumir el mundial. No solo como protesta por las injusticias cometidas allá, sino también para aliarnos en la lucha compartida a la distancia con esos Otros tan distintos a mí, el sometimiento a la ideología imperante en cada cultura.
Por lo pronto, yo no veré el Mundial de Fútbol Qatar 2022. No lo decido sin experimentar sentimientos encontrados, o sin tener dudas sobre el valor práctico de mi decisión. También me pregunto a qué otros ámbitos de mi vida deberían llevarse estas reflexiones.
Mientras lo decido: #BoycottQatar2022