Por Psic. Alejandro Silva

Comprender la salud mental de los hombres gay implica mirar con detenimiento cómo las experiencias de estigma, rechazo y homofobia internalizada moldean la vida emocional. Aunque a veces estos efectos se disfrazan de ansiedad, celos, inseguridad o problemas cotidianos, su origen suele estar anclado en el estrés de minorías: una forma de estrés crónico que surge de vivir en contextos heteronormados (es decir, donde la heterosexualidad es entendida como la norma) y homofóbicos (espacios donde la homosexualidad es rechazada o motivo de burla).
En este artículo comparto algunos casos clínicos que ilustran cómo el estrés de minorías opera de manera sutil, profunda y muchas veces inadvertida.
Cuando el estrés de minorías se filtra en lo cotidiano
Muchos hombres gay llegan a terapia diciendo cosas como “soy muy ansioso”, “soy muy celoso” o “tengo mala suerte en el amor”. Y si bien esas vivencias son reales, casi siempre hay algo más. No son sólo rasgos de personalidad: son respuestas aprendidas en un entorno que les enseñó, a veces explícitamente y otras de manera silenciosa, que ser gay implicaba riesgo, vergüenza o peligro.
A continuación, presento tres viñetas clínicas que muestran cómo opera ese trasfondo.
1. La ansiedad que nace de una burla “inocente”
Un paciente temía profundamente sus evaluaciones de desempeño en el trabajo. A pesar de contar con excelentes resultados, estaba convencido de que su jefa lo evaluaría mal. No había evidencias objetivas de ello, sólo una sensación persistente de peligro.
Explorando la historia, apareció un detalle significativo: había escuchado a su jefa hacer chistes homofóbicos en distintas ocasiones. Ella no lo había tratado mal, pero esos comentarios activaron una memoria emocional muy familiar: la vivencia de que las personas pueden volverse hostiles si descubren que eres gay.
Le había pasada en muchas ocasiones, amigos que dejaron de hablarle al descubrir que era gay, una madre que nunca mencionaba el hecho de que él tenía pareja y le trataba como si nunca hubiera salido del clóset.
A partir de ese momento, él evitó cualquier conversación que pudiera revelar algo de su vida personal. Esa evitación reforzó su distancia, su ansiedad y la sensación de vulnerabilidad.
Lo que parecía una simple “ansiedad laboral” era, en realidad, el eco de años viviendo en alerta.
2. Los celos que no son celos
Otro paciente llegaba con la sensación de que su pareja le sería infiel. No había evidencia, sólo una angustia profunda cuando su novio hablaba con otros hombres. Al profundizar con él sobre esta angustia, emergió un prejuicio que él mismo había absorbido desde casa: la idea de que los hombres gay “sólo buscan sexo” y que las relaciones entre hombres son inherentemente inestables.

Mensajes como “te van a contagiar VIH” o “esa gente es muy promiscua” estaban presentes desde su adolescencia. Aunque él rechazaba conscientemente esas ideas, seguían actuando en su interior como una alarma aprendida. Así, la inseguridad no provenía de su pareja, sino de un estigma internalizado que distorsionaba su capacidad de confiar en otro hombre gay, así fuera su pareja.
3. La sobrecompensación por ser “muy femenino”

Un tercer paciente, atractivo, sensible y exitoso laboralmente, tenía grandes dificultades para sostener relaciones afectivas. Decía sentirse “poco deseable” porque era “muy femenino”. Al explorar más, surgió un núcleo doloroso: había incorporado la idea de que la femineidad en los hombres es un defecto, algo que hace que valgas menos o tengas que esforzarte más por merecer amor.
Con esa creencia operando, se sentía obligado a compensar: pagaba siempre la cuenta, hacía todos los planes, mostraba un interés constante, toleraba malos tratos y minimizaba sus propias necesidades. En el fondo, no era que “no supiera ligar”; era que se relacionaba desde un sentimiento internalizado de insuficiencia.
Lo que revelan estas historias
Aunque los tres pacientes tenían motivos de consulta muy diferentes (ansiedad, celos, inseguridad afectiva), todos compartían algo en común: sus problemas estaban profundamente atravesados por experiencias previas de estigma, ocultamiento, prejuicio familiar o burlas sutiles. Sin esa mirada, cualquier profesional podría haber interpretado sus síntomas como rasgos individuales o simples dificultades emocionales.
Pero el estrés de minorías no es un detalle contextual. Es el marco desde el cual se organiza gran parte de la vida emocional de los hombres gay.
¿Qué implica esto para el trabajo clínico?
Un terapeuta sensibilizado en diversidad sexual necesita hacer preguntas que otros no harían, reconocer matices que otros pasarían por alto y conectar síntomas actuales con experiencias históricas de vergüenza, miedo o rechazo. Esto implica observar:
- Cómo el paciente aprendió a sobrevivir en contextos heteronormados.
- Qué estrategias de autoprotección desarrolló y cómo esas mismas estrategias se vuelven limitantes.
- Cómo se reactiva el estigma en relaciones actuales.
Trabajar con estrés de minorías no es sólo nombrarlo: es saber escucharlo donde se esconde. Integrar esta comprensión en la psicoterapia no sólo es ético: es clínicamente necesario.
